DE JÁCARA A DOÑANA CON AMOR

Aquél día el patio se quedó desierto, sin desfile. No sabían cuántos días duraría aquello que se les hacía un tanto extraño.
De un día para otro todo se había vuelto más denso y los pasillos se ´confundían uno tras otros en aquél lugar inmenso espolvoreados con el olor a madera vieja y a comida reciente de sabores y aromas que sólo pertenecían al edificio.
Se acercaba la Navidad y las carreras eran incesantes; para recoger de las perchas y taquillas los objetos olvidados, para dejar en un corcho un sello de identidad hasta el nuevo año o para ver aquella masa de chicos y chicas que formaban una marea de distintos tonos de ropa uniformada sin tener que llevar uniforme. Faldas de pana en todas las versiones  colores y chaquetones azul marino como las medias, para ellas. Ellos, vaqueros del mismo azul y mochilas caídas de colores estridentes sobre sus bomber o plumas en dos colores. Se paraban en la puerta cada viernes para organizar alguna fiesta que las pequeñas imaginaban maravillosa, estaban ellos. Los protagonistas de las Alegres comadres de Windsor que se convirtieron en inmensos actores a sus ojos aunque no formaran parte de nada en particular, ni fueran portada cuya imagen pasara a forrar libros y carpetas. Eran una generación que lo tenía claro, que no tenía tantas distracciones y que los viernes se esfumaba para regresar el lunes contando todas las peripecias de esos viernes que imaginábamos gloriosos y que creíamos poder acariciar al cumplir uno o dos años más. Eran chicos y chicas de colegio y a aquél grupo nadie lo podrá superar.